domingo, 25 de octubre de 2009

Tormenta

Vuelve a llover sin parar. Vivo en un sexto, y aún con el sonido del descender eléctrico y mecánico de la persiana del balcón se oye el zarandeo del mar contra la arena; se confunde con la Nacional II al paso por Masnou. Las luces que quedan encendidas en casa dan pistas inequívocas de mi intención de meterme en la cama en breve. Sin darme cuenta un impulso extraño me ha llevado a reordenarlo todo. No ha sido fácil, he tardado media hora; estas cosas sabes cuando las empiezas pero no cuando las terminas.
Los medicamentos con los medicamentos. Las revistas en el montón de revistas que no leerás pero que no quieres tirar al cubo del reciclado. Las llaves agrupadas con las llaves que no tienen sitio donde ser colgadas. El exprimidor Taurus que parece la cabeza de Mazinger Z en el armario de la cocina.
Me asomo por la cristalera del comedor y continua lloviendo.
Al vaciar mi maderadeplanchar-mesilladenoche me he dado cuenta que acumulo una veintena de libros en una sola columna justo a la izquierda de la cama. Es un torreón. Está al borde del colapso. Quizá suena a excusa típica, pero tengo intención de terminarlos todos. Hoy he añadido 5 de golpe, que esta vez tienen prioridad porque son para clase.
El ordenador parece caprichoso, y hace sonar una pieza de piano de los Smashing Pumpkins, obligándome a cerrar los ojos para no pensar demasiado mientras intento dispersar tanto libro rebelde. Me he dado cuenta que no tengo estanterías suficientes. Las que están encima del escritorio van a ceder. El señor Ikea aún no ha fabricado estante que sea un reto para mi capacidad de sobre-saturar cualquier espacio. Aquí guardo de todo; desde una maravilla de representaciones pictóricas quijotescas, o mi amado Unix Network Programming del maltrecho Stevens, un par de códigos penales, o incluso unos cómics viejos de la Patrulla X, que salvé de morir a manos de mi madre en la última limpieza sorpresa de la habitación cuando aún vivía con mis viejos.
El libro sobre la anorexia nerviosa me recuerda que el cartón de la tapa con un teléfono escrito por su buena letra, es lo único que queda de mi relación con la chica del café. Un lugar privilegiado para los primeros de Palahniuk, que por fin he recuperado. Arriba del todo la Enciclopedia de la fotografía de mi madre, Oliver Twist, libros con montones de matemáticas y antenas, viajes, mi proyecto de fin de carrera, naves espaciales...
En un lateral agrupo a Cortázar, Lobsang Rampa, Tolkien, Fernández Mallo, y un libro de poemas de Antoni Correig, que he retomado recientemente con muchísima esperanza.
Al final, entre libros y recuerdos, me doy cuenta que el único método para hacer ceder la lluvia, es olvidar que ha llovido.

Enric