sábado, 30 de enero de 2010

Abatido

Sin darte cuenta quedas inmerso en un universo líquido. En los primeros instantes te suspendes como un cuerpo inanimado. Es un espacio adimensional, sin fronteras, del que no reconoces ni principio ni fin. La primera reacción es buscar algo conocido para tomar referencias, pero el impacto y el frío consiguen aturdirte. Lo que sucede a tu alrededor se traduce en infrasonidos que viajan por los entresijos del medio hasta llegar a tu oído, y en ligeros tonos amarillos y rojizos que vislumbras más allá de la superficie que se tornan un puzzle dinámico sin piezas ni normas.
No sabes donde estás y la sensación de angustia se agudiza, porque el peso de la chaqueta de piel empapada hace imposible que termines de salir a flote, mientras giras y volteas sobre el eje imaginario de ti mismo para orientar la cabeza hacia algo reconocible.
Con la quinta bocanada de aire respiras profundamente, y entonces ves como un Spitfire en llamas cae sobre su lado izquierdo describiendo un arco como trayectoria, cruzando el cenit fugaz y rompiendo la frágil oscuridad nocturna; inmediatamente la estampa se graba en tu mente, porque sabes que quizá sea la última preciosa imagen que entiendan tus ojos antes de despedirte. Es su enorme estruendo al impactar contra el agua lo que te hace reaccionar, mientras lo observas cuando muere ahogado como tu Albatros, al que una vez hundido sus alas de gigante no le sirven de nada.
Se empieza a nublar tu mente y te das cuenta de las pocas opciones reales que tienes. Te aterroriza pensar que todo vaya a concluir de manera lenta: el dolor de la hipotermia o la asfixia progresiva. Después de algunas horas te despides de la luna y de su aura, y la sensación de paz te lleva a pensar - o a soñar - que quizá el crepúsculo y el aguacero sean el mejor epitafio.

Enric