Fashion 19-01-2005

Se acerca la hora y está todo a medias. Faltan alcohol, bebidas, vasos y pinzas para el hielo... La jefa de personal ha distribuido a la gente, me hecharán una mano dos chavales jovenes. Se encargarán de que no falte nada.
Es la semana de la moda. Un diseñador famoso ha alquilado una parte del recinto ferial de Montjuïc, el pavellón número seis. Doce mil metros cuadrados donde acojerá a sus tresmil amigos más próximos.

El montaje de luz y sonido es impresionante. Los Depeche suenan como nunca los había oído en mi vida. Cadaveres de piel y hueso ensayan su andar ríjido en la pasarela, pero todos trabajamos y no hay tiempo para mirarlas.
A las diez llegan las televisiones y los famosillos. Sirvo un vodka con limón a la chica de las noticias de una cadena nacional. La cerveza es para el cámara que ajusta los aparejos que captarán el evento desde la parte más alta de una infraestructura metálica.

Una vez los gorilas abren las puertas y dejan entrar a la gente el local se llena en pocos minutos. Una oleada de de fauna discotequera acude a la barra -gratuita- a por su primera consumición. Enseguida calo el ambiente que reinará durante la noche. La mayor parte de los invitados son gentuza que presume de peinado y atrezo.
En quinze minutos me rodea un refrito cansino de pantalones abombados, complementos kitch y camisas desabrochadas, que se discuten entre ellos por ser los primeros a quien sirva.
Los primeros en llegar son una pareja, dos hombres con boina y gafas de sol. Uno de ellos golpea con un anillo dorado la barra de cristal. Al atenderles, mientras me explican la mezcla extraña de proporciones exactas que quieren consumir, me hacen varias preguntas que les respondo amable y educado. Al entregarles las consumiciones me sonrien y me aseguran que les he caido muy bien, que voy a ser su camarero toda la noche.

El tiempo pasa rápido y hay demasiado trabajo como para aburrirse. Suena Revolution 909 y no puedo dejar de bailar cuando la música de Daft Punk acompaña el desfile. Es lo de siempre, los vasos de tres en tres. Tres cubos de hielo en cada uno, y seis segundos de alcohol por copa.

Se acerca la hora de cerrar, y cuatro o cinco amigas de casi cuarenta acuden a la barra. Dos de ellas me cogen con suavidad la mano mientras acercan su mejilla a la mia para pedir. Las más atrevida del grupo me acaricia el hombro y el pecho, me habla del ambiente de un local y me propone salir hasta muy tarde.
Dudo durante un instante, pero le miento y me excuso. Seguramente no entenderia que soy de los que contempla la estanteria de la cerveza de importación en el supermercado, y que prefiero las chicas de mi edad y los pantalones de pana a ese vertiginoso escote Dolce Gabbana.


Enric
PD: lo quieres ver? (link)