sábado, 18 de julio de 2009

Tapas y Chocos

Bar Antonio Tapas y Chocos. Una imagen lo suficientemente grande del señor Quesada, Quijada, creo que Quijano, o como quiera que se llamase, preside desde lo alto de la nevera de los helados todo el espacio, que no es mucho. Bar verde y blanco, Bético en todos sus aspectos: un botijo con forma de balón con la bandera blanquiverde, olor a pescadito frito, y banderillas de la feria de abril que van de punta a punta y de pared a pared, balanceándose al pasar por debajo del aire acondicionado. El chef marroquí balbucea palabras ininteligibles mientras se discute con el camarero. Los tres señores mayores meten baza intentando poner paz, mientras que como reyes gobiernan el país desde la barra. Cada uno de ellos es un personaje distinto a los otros dos. El primero de ellos es alto y barrigón, serio, con cara de mala leche, y luce un moreno de camiseta imperio, que esta tarde ha cambiado por la del mundial de España del 82, con Naranjito incluido en medio de la espalda, que se complementa con el cogote rojizo de buen jugador de petanca.
El segundo de ellos presume de gafas de policía y puro, autentico estilo Annibal Smith en el Equipo A saliendo de algún follón en mitad del desierto de Arizona, pero lo hace con su cuerpo escuchimizado de pie en la máquina traga perras, con postura de vieja gloria del barrio - campeón del mundo durante un rato, cuando bailaba el chotis en la plaza con la guapa de la panaderia - luce los mocasines blancos sobre unos calcetines azul claro de impacto que le llegan a la mitad de la espinilla, a un palmo y medio del bermudas gris a cuadros con varias manchas oscuras en el culo.
Chocos, Pijotas, Calamares Romana, Gambas Plancha, Pantumaca con embutido, Pack Lomoqueso y Concretas, Cazón en adobo. El tercer hombre recorre con mirada indecisa la pizarra, para encontrar algo que acompañe la cuarta o quinta copa de Fino. Lo tiene todo fotografiado encima de su cabeza; dibujos enganchados en unos plafones también verdes uva, sobre la barra, que sirven para aguantar las copas y los tickets que la camarera deja en cada uno de sus viajes hacia el exterior del bar.
La chica del delantal negro se acerca a una mesa, y en un plato sirve una rodaja grande de limón a un viejo que relame unos chipirones y algo de pescado frito, y al darse la vuelta se fija en el joven de camisa surfera que escribe en un laptop, escondido en un rincón del bar.

Enric

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