Es entonces cuando, como un relámpago, aparece en mi mente y tomo conciencia y lucho para que no se desvanezca. Es una metáfora, un sin sentido absolutamente lógico, un conocimiento reflexivo que quiero escribir antes de que sea demasiado tarde.
Mientras espero observo por la ventana del techo, y la luna reivindica su presencia con la luz que riela detrás del esmog de la gran urbe. Parece que ese reflejo no tiene fin, pero sí lo tiene, porque me evoca el recuerdo de las salidas nocturnas con mi perro volviendo a casa desde lejos por el camino de adoquines que hay entre la playa y las vías de tren.
Al final, como la imagen de un espejismo, la idea se vuelve temblorosa y se desvanece, pero me ha servido para salir de la cama, subir a la buhardilla, y buscar en la estantería Las flores del mal para poder cerrar los ojos y soñar de nuevo.
Enric