Pido un dorayaki de anko y un matcha con leche y hielo. Ella aparca su credo y sucumbe a un dorayaki como el mío junto a un té con bebida de avena. Mientras merendamos sentados en dos taburetes altos charlamos de lo infinito de la librería de segunda mano y me cuenta que ha vuelto a Rodoreda, mientras me lee una de sus muchas anotaciones. No se da cuenta, pero hace una pausa y espera reflexionando un segundo y medio, porque cuando se relee mira al pasado, y no sabe si habla con la joven del pelo negro azabache que, a los 20 hizo los apuntes a lápiz al margen de las páginas de La plaça del diamant, o si interactúa con la misma Colometa.
Esos apuntes son un reflejo de sí misma, que aparecen detrás del cristal del tiempo, y que le cuentan que lo ha hecho bien, porque después de tantos años haciendo lo correcto ahora es mejor que nadie, al menos en corazón y espíritu. Su pasado todavía late sobreviviendo en un verbo en imperfecto. Narra con detalle sus vivencias para que entienda sus porqués de hoy.
Después de cenar nos tumbamos en el sofá. Sobre el silencio intacto flota "Hands of Time" durante la imagen nocturna de Los Ángeles en un traveling aéreo, con la que Mann ha convertido el ambiente en una poesía audiovisual. Finalmente caigo, y el sueño, en forma de cabeceo intermitente, me lleva con los ojos cerrados a no poder escapar de la pesadilla del engaño que ha corrompido el recuerdo de la felicidad de mi pasado, pero al abrirlos de nuevo vuelvo a la belleza del hoy y a la sinceridad del tacto, porque nos acompañamos, y entre ese mar de caos oscuro e incertidumbre a medio-largo plazo, algo sólido respira.
Enric
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